La práctica del yoga, como casi todo, es un camino de aprendizaje y práctica. Pero no se trata solo de realizar posturas muy llamativas y estéticas. Requiere poner la atención en nuestro interior.
¡ Ay madre, qué susto! Eso suena a meditar, a dejar la mente en blanco, y yo eso no puedo. Será que no lo he intentado …
Y es cierto que al principio, mientras flexionas una pierna y giras un brazo y encima la profesora te dice que tengas los ojos cerrados y te centres en tu interior, se te viene a la mente: “si, claro, con lo que me duele a mí la espalda”, o “venga, vale, me voy a centrar, pero que no se me olvide programar la lavadora cuando llegue a casa”, o “en fin, que sí, que esto está muy bien pero a mí lo que me duele es la pierna”.
Aunque no lo reconozcamos, nos da miedo callar ese bucle de pensamientos y mirar hacia dentro. Y es tan fácil -y tan difícil- como ser consciente de lo que te duele, de lo que te tira, de lo que sientes en cada movimiento. Igual que cuando meditamos, es casi imposible dejar la mente en blanco, y todo se aprende con la práctica. Pero no a base de sufrimiento, sino de aceptar lo que sentimos en cada momento y verlo desde fuera, como un espectador, sin juzgarnos ni generar expectativas ilusorias.
Y de repente, llega un día en el que, en alguna de las posturas, te das cuenta de que algo ha cambiado en tí: sientes que ese dolor o esa molestia que tenías ya no la tienes, o que tu energía es diferente solo en ese instante.
La parte física liberada colabora con la mejora de la emoción, y la mejora de la emoción colabora en el bienestar físico. Buen trato ¿no?
Anímate a probar una de nuestras clases de yoga sin compromiso: no te podemos garantizar que sientas en una sola clase esa mejora, pero sí podemos acompañarte en el camino que te hará sentir mejor.
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